Merece la pena leerlo
La receta de la “Pax Americana”
Inspirados en la idea de que a Estados Unidos le toca un papel supremo en el mundo, un grupo de personalidades conservadoras, organizadas en el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, ha logrado dar un giro radical a la política de la gran nación americana en los años 90 que rompe con esquemas tradicionales de su diplomacia
Alberto L. Alemán
Guiados por la convicción de la superioridad moral de los Estados Unidos, un grupo de analistas, académicos, políticos y hombres de negocios suscribieron en 1997 un ambicioso y revelador programa con una grandiosa visión del papel hegemónico de su país para el nuevo siglo. La propuesta intelectual recibió el nombre de Project for a New American Century, o Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (PNAC), que, en resumidas cuentas, era una guía práctica de acción para la política exterior y militar , con el objetivo primordial de asegurar la preeminencia global de la superpotencia. La idea había nacido cinco años antes, y el primer borrador de la misma fue la autoría de dos —por entonces— poco conocidos expertos en política de defensa del Pentágono durante la presidencia de George Bush padre. Sus nombres: Paul Dundes Wolfowitz y Lewis “Scooter” Libby. Los primeros extractos del documento, llamado Defense Policy Guidance (DPG), o Guía de Política de Defensa, fueron filtrados al diario The New York Times en la primavera de 1992. Al leer los extractos, el senador demócrata Joseph Biden, “horrorizado”, describió el documento como, ni más ni menos, una prescripción para “literalmente, una Pax Americana”, afirman los analistas independientes Tom Barry y Jim Lobe, en un artículo titulado “The Men Who Stole the Show (Los hombres que se robaron el show)”, en el que citan una nota del diario The Washington Post del 11 marzo de 1992. Este trabajo académico está disponible en el sitio web de la revista de seguridad y política exterior Foreign Policy in Focus (www.fpif.org), un think tank independiente con sede en EE.UU. El jefe del Pentágono en la primera era Bush era Richard “Dick” Cheney, hoy el vicepresidente en la segunda era Bush. Los antes desconocidos autores de la DPG ocupan ahora puestos importantes para la toma de decisiones sobre la política exterior y militar de Washington. Paul Wolfowitz es el subsecretario de Defensa, y el segundo de Donald Rumsfeld —un firmante del PNAC y reconocido “halcón” o “duro”— funcionario en distintas administraciones republicanas de los años 70 y 80. Mientras tanto, Lewis Libby es el jefe del staff de Cheney, el “vice” con más poder en la historia de la gran nación norteamericana, según los analistas Barry and Lobe. Numerosos miembros del PNAC desempeñaron cargos diversos en la administración del presidente Ronald Reagan. EL GRAN MOMENTO El fin de la Guerra Fría y el surgimiento de Estados Unidos como la única superpotencia en medio de las ruinas de ese viejo mundo bipolar, con capacidad económica, diplomática y militar de ejercer su influencia en cualquier parte, creó una unipolaridad que los signatarios del PNAC estimaron debía aprovecharse para el beneficio de EE.UU. Un hecho trágico brindó la oportunidad de convertir las teorías en realidad: los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Desde ahí, la política de seguridad sufrió un giro radical, y el PNAC pude reclamar para sí un gran éxito. Muchas de las recomendaciones e ideas del PNAC hallaron eco en la nueva doctrina estratégica de golpes preventivos de EE.UU., revelada en 2002. En un histórico discurso en la academia militar de West Point, el presidente George W. Bush, anunció al mundo que EE.UU. dejaba atrás las viejas doctrinas, basadas en la contención y la disuasión, para abrazar la de golpes preventivos a cualquier amenaza a su seguridad, ya fuese real o potencial, antes de que ésta se materializara. LAS PREMISAS DE LA POLÍTICA EXTERIOR Los conceptos del PNAC propugnan por asegurar la supremacía militar, tecnológica y económica de EE.UU. El papel de la fuerza militar es preponderante. Para mantener el estatus quo, se propone la modernización de las Fuerzas Armadas, del uso de la tecnología más avanzada, de la renovación del arsenal nuclear y de la construcción de un efectivo escudo defensivo. Desde luego, esto va acompañado de un incremento de los gastos defensivos. Un lugar central ocupa el objetivo de impedir el surgimiento de un potencia rival que iguale el poderío militar o económico estadounidense, afirma el profesor Michael Klare, analista militar norteamericano del Hampshire College y profesor de Estudios para la Paz. Para Klare, la guerra en Irak sirve a este propósito, fuera de los deseos de la Administración Bush de difundir la democracia en Medio Oriente y de facilitar un futuro más próspero para el pueblo iraquí. Un elemento clave en afianzar ese estatus de superpotencia única es el control de las reservas petroleras iraquíes, las segundas (comprobadas) más grandes del mundo. Se estima que llegan a los 112,000 millones de barriles, solamente detrás de Arabia Saudita. Otro elemento importante es el criterio de que la actuación de Washington no puede ser limitada por obstáculos como las resoluciones de las Naciones Unidas o tratados internacionales. Las políticas del presente gobierno han sido consecuentes con este principio: EE.UU. se retiró del Protocolo de Kyoto (control de emisión de gases que causan el calentamiento global); retiro del Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM Treaty), firmado con los rusos en 1972 (piedra angular del equilibrio nuclear), y el rechazo a someterse a la jurisdicción de la Corte Penal Internacional. La invasión misma a Irak, lanzada junto a Gran Bretaña, ha despertado una dura polémica sobre la legalidad o no de esta acción a nivel internacional. El desdeño por las Naciones Unidas es palpable en los escritos de los partidarios del PNAC. Una actitud importante, junto a otra: la propuesta de acabar con los regímenes enemigos de Washington, los llamados “estados bribones (rogue states)” como Irán, Irak, Libia, Norcorea, Siria. Precisamente Irán, Irak y Norcorea conforman lo que Bush llama “El Eje del Mal”, a los cuales se acusa de desarrollar armas de exterminio masivo y de tener vínculos con terroristas. “El reino del terror de Saddam Hussein está por terminar. Se irá pronto, pero no solo. En una ironía final, se llevará consigo a las Naciones Unidas”, escribió Richard Perle en el National Post de Canadá, el 21 de marzo pasado, un día después de los primeros bombardeos a Bagdad. Perle es uno de los ideólogos más importantes del PNAC. Perle, hasta el 27 de marzo presidente de la Junta de Política de Defensa del Pentágono (renunció por un supuesto conflicto de interés), asegura que la ONU no funciona y no es una entidad capaz de garantizar la paz y la estabilidad internacional. Como era de esperarse, Perle aboga por el uso de la fuerza preventiva para acabar, con la amenaza “terrorista” de Saddam y con otras amenazas al orden internacional. “No derrotaremos o incluso no contendremos al terror fanático a menos que podamos llevar la guerra a los territorios de donde es diseminado. Esto requerirá que usemos la fuerza contra estados que albergan a terroristas, como lo hicimos al destruir al régimen Talibán en Afganistán”, destaca Perle en su nota. UNA MISIÓN MORAL Un elemento importante en el PNAC es la convicción de que EE.UU. tiene una misión que cumplir: difundir sus valores de libertad y democracia en el mundo. Aunque esta idea no es nueva en la historia de EE.UU., ha renacido con fuerza en la presente administración. “La nueva agenda de supremacía va a las profundas raíces morales de EE.UU. y a un sentido de misión mesiánica”, escribe Tom Barry de Foreign Policy in Focus, en otro artículo titulado “El complejo de poder de EE.UU.: ¿Qué hay de nuevo?” HETEROGÉNEA MEZCLA El PNAC , aunque no es formalmente un “think tank”, o centro de estudios, es un grupo de personas influyentes en distintas ramas, compartiendo valores neoconservadores, cristianos, y de libre mercado. Pertenecen a él gente como Francis Fukuyama, autor de “El fin de la historia”; Jeanne Kirpatrick, ex embajadora de Reagan y profesora de la Universidad de Georgwtown; Norman Podhoretz, destacado pensador conservador Personalidades vinculadas a los negocios como Steve Forbes, editor de la revista Fortune; o bien políticos como Jeb Bush, hermano del presidente; Dick Cheney, vicepresidente; Elliot Abrams, ex funcionario reaganiano; Donald Rumsfeld, jefe del Pentágono, y Paul Wolfowitz, su segundo. Su actividad traspasa la política. Igualmente, trata de influir la opinión pública a través de artículos de prensa, o el apoyo de distinguidos columnistas como William Safire o Charles Krauthammer. Prácticamente, este grupo ha insuflado una poderosa visión a la política exterior de Estados Unidos, que está supuesta a guiarla en el futuro inmediato, y, dependiendo de la reelección de Bush, por un período más prolongado.
Inspirados en la idea de que a Estados Unidos le toca un papel supremo en el mundo, un grupo de personalidades conservadoras, organizadas en el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, ha logrado dar un giro radical a la política de la gran nación americana en los años 90 que rompe con esquemas tradicionales de su diplomacia
Alberto L. Alemán
Guiados por la convicción de la superioridad moral de los Estados Unidos, un grupo de analistas, académicos, políticos y hombres de negocios suscribieron en 1997 un ambicioso y revelador programa con una grandiosa visión del papel hegemónico de su país para el nuevo siglo. La propuesta intelectual recibió el nombre de Project for a New American Century, o Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (PNAC), que, en resumidas cuentas, era una guía práctica de acción para la política exterior y militar , con el objetivo primordial de asegurar la preeminencia global de la superpotencia. La idea había nacido cinco años antes, y el primer borrador de la misma fue la autoría de dos —por entonces— poco conocidos expertos en política de defensa del Pentágono durante la presidencia de George Bush padre. Sus nombres: Paul Dundes Wolfowitz y Lewis “Scooter” Libby. Los primeros extractos del documento, llamado Defense Policy Guidance (DPG), o Guía de Política de Defensa, fueron filtrados al diario The New York Times en la primavera de 1992. Al leer los extractos, el senador demócrata Joseph Biden, “horrorizado”, describió el documento como, ni más ni menos, una prescripción para “literalmente, una Pax Americana”, afirman los analistas independientes Tom Barry y Jim Lobe, en un artículo titulado “The Men Who Stole the Show (Los hombres que se robaron el show)”, en el que citan una nota del diario The Washington Post del 11 marzo de 1992. Este trabajo académico está disponible en el sitio web de la revista de seguridad y política exterior Foreign Policy in Focus (www.fpif.org), un think tank independiente con sede en EE.UU. El jefe del Pentágono en la primera era Bush era Richard “Dick” Cheney, hoy el vicepresidente en la segunda era Bush. Los antes desconocidos autores de la DPG ocupan ahora puestos importantes para la toma de decisiones sobre la política exterior y militar de Washington. Paul Wolfowitz es el subsecretario de Defensa, y el segundo de Donald Rumsfeld —un firmante del PNAC y reconocido “halcón” o “duro”— funcionario en distintas administraciones republicanas de los años 70 y 80. Mientras tanto, Lewis Libby es el jefe del staff de Cheney, el “vice” con más poder en la historia de la gran nación norteamericana, según los analistas Barry and Lobe. Numerosos miembros del PNAC desempeñaron cargos diversos en la administración del presidente Ronald Reagan. EL GRAN MOMENTO El fin de la Guerra Fría y el surgimiento de Estados Unidos como la única superpotencia en medio de las ruinas de ese viejo mundo bipolar, con capacidad económica, diplomática y militar de ejercer su influencia en cualquier parte, creó una unipolaridad que los signatarios del PNAC estimaron debía aprovecharse para el beneficio de EE.UU. Un hecho trágico brindó la oportunidad de convertir las teorías en realidad: los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Desde ahí, la política de seguridad sufrió un giro radical, y el PNAC pude reclamar para sí un gran éxito. Muchas de las recomendaciones e ideas del PNAC hallaron eco en la nueva doctrina estratégica de golpes preventivos de EE.UU., revelada en 2002. En un histórico discurso en la academia militar de West Point, el presidente George W. Bush, anunció al mundo que EE.UU. dejaba atrás las viejas doctrinas, basadas en la contención y la disuasión, para abrazar la de golpes preventivos a cualquier amenaza a su seguridad, ya fuese real o potencial, antes de que ésta se materializara. LAS PREMISAS DE LA POLÍTICA EXTERIOR Los conceptos del PNAC propugnan por asegurar la supremacía militar, tecnológica y económica de EE.UU. El papel de la fuerza militar es preponderante. Para mantener el estatus quo, se propone la modernización de las Fuerzas Armadas, del uso de la tecnología más avanzada, de la renovación del arsenal nuclear y de la construcción de un efectivo escudo defensivo. Desde luego, esto va acompañado de un incremento de los gastos defensivos. Un lugar central ocupa el objetivo de impedir el surgimiento de un potencia rival que iguale el poderío militar o económico estadounidense, afirma el profesor Michael Klare, analista militar norteamericano del Hampshire College y profesor de Estudios para la Paz. Para Klare, la guerra en Irak sirve a este propósito, fuera de los deseos de la Administración Bush de difundir la democracia en Medio Oriente y de facilitar un futuro más próspero para el pueblo iraquí. Un elemento clave en afianzar ese estatus de superpotencia única es el control de las reservas petroleras iraquíes, las segundas (comprobadas) más grandes del mundo. Se estima que llegan a los 112,000 millones de barriles, solamente detrás de Arabia Saudita. Otro elemento importante es el criterio de que la actuación de Washington no puede ser limitada por obstáculos como las resoluciones de las Naciones Unidas o tratados internacionales. Las políticas del presente gobierno han sido consecuentes con este principio: EE.UU. se retiró del Protocolo de Kyoto (control de emisión de gases que causan el calentamiento global); retiro del Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM Treaty), firmado con los rusos en 1972 (piedra angular del equilibrio nuclear), y el rechazo a someterse a la jurisdicción de la Corte Penal Internacional. La invasión misma a Irak, lanzada junto a Gran Bretaña, ha despertado una dura polémica sobre la legalidad o no de esta acción a nivel internacional. El desdeño por las Naciones Unidas es palpable en los escritos de los partidarios del PNAC. Una actitud importante, junto a otra: la propuesta de acabar con los regímenes enemigos de Washington, los llamados “estados bribones (rogue states)” como Irán, Irak, Libia, Norcorea, Siria. Precisamente Irán, Irak y Norcorea conforman lo que Bush llama “El Eje del Mal”, a los cuales se acusa de desarrollar armas de exterminio masivo y de tener vínculos con terroristas. “El reino del terror de Saddam Hussein está por terminar. Se irá pronto, pero no solo. En una ironía final, se llevará consigo a las Naciones Unidas”, escribió Richard Perle en el National Post de Canadá, el 21 de marzo pasado, un día después de los primeros bombardeos a Bagdad. Perle es uno de los ideólogos más importantes del PNAC. Perle, hasta el 27 de marzo presidente de la Junta de Política de Defensa del Pentágono (renunció por un supuesto conflicto de interés), asegura que la ONU no funciona y no es una entidad capaz de garantizar la paz y la estabilidad internacional. Como era de esperarse, Perle aboga por el uso de la fuerza preventiva para acabar, con la amenaza “terrorista” de Saddam y con otras amenazas al orden internacional. “No derrotaremos o incluso no contendremos al terror fanático a menos que podamos llevar la guerra a los territorios de donde es diseminado. Esto requerirá que usemos la fuerza contra estados que albergan a terroristas, como lo hicimos al destruir al régimen Talibán en Afganistán”, destaca Perle en su nota. UNA MISIÓN MORAL Un elemento importante en el PNAC es la convicción de que EE.UU. tiene una misión que cumplir: difundir sus valores de libertad y democracia en el mundo. Aunque esta idea no es nueva en la historia de EE.UU., ha renacido con fuerza en la presente administración. “La nueva agenda de supremacía va a las profundas raíces morales de EE.UU. y a un sentido de misión mesiánica”, escribe Tom Barry de Foreign Policy in Focus, en otro artículo titulado “El complejo de poder de EE.UU.: ¿Qué hay de nuevo?” HETEROGÉNEA MEZCLA El PNAC , aunque no es formalmente un “think tank”, o centro de estudios, es un grupo de personas influyentes en distintas ramas, compartiendo valores neoconservadores, cristianos, y de libre mercado. Pertenecen a él gente como Francis Fukuyama, autor de “El fin de la historia”; Jeanne Kirpatrick, ex embajadora de Reagan y profesora de la Universidad de Georgwtown; Norman Podhoretz, destacado pensador conservador Personalidades vinculadas a los negocios como Steve Forbes, editor de la revista Fortune; o bien políticos como Jeb Bush, hermano del presidente; Dick Cheney, vicepresidente; Elliot Abrams, ex funcionario reaganiano; Donald Rumsfeld, jefe del Pentágono, y Paul Wolfowitz, su segundo. Su actividad traspasa la política. Igualmente, trata de influir la opinión pública a través de artículos de prensa, o el apoyo de distinguidos columnistas como William Safire o Charles Krauthammer. Prácticamente, este grupo ha insuflado una poderosa visión a la política exterior de Estados Unidos, que está supuesta a guiarla en el futuro inmediato, y, dependiendo de la reelección de Bush, por un período más prolongado.
1 Comments:
At 2:08 PM, Daniel said…
Muy interesante David, aunque los romanos en sus dias ya hicieron algo parecido... y les salio bien... estos me dan más miedo porque los descontentos de esta pax americana pueden romper la baraja a base de cabezas nucleares. Antes las espadas no daban para tanto...
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